El valor de una educación con propósito.
Una reflexión sobre lo que significa realmente “salir adelante”
Con el paso del tiempo, he llegado a una conclusión que me duele y me preocupa: hoy en día, nosotros como padres, madres y tutores estamos perdiendo el interés por motivar a nuestros hijos hacia un futuro más estable y enfocado, especialmente en lo académico y laboral. Vivimos en una época donde el estudio ha dejado de ser prioridad para muchos, y eso me invita a reflexionar profundamente.
Las oportunidades existen, pero falta enfoque.
Ahora hay infinidad de herramientas que permiten formarse en áreas técnicas, aprender oficios, incluso desarrollar habilidades digitales de forma accesible. Sin embargo, si seguimos por este camino de apatía o exceso de distracción, nos vamos a quedar sin especialistas en sectores clave de nuestra sociedad.
Y lo digo con preocupación porque veo cómo nos bombardean constantemente con promesas falsas: “hazte rico con redes sociales”, “vive sin jefes”, “sé tu propio jefe en 30 días”. Esto crea una ilusión de éxito inmediato que no siempre es realista y, lo peor, traslada una carga enorme a los jóvenes que apenas están empezando a entender el mundo y a buscar su lugar en él.
¿Qué pasó con el orgullo de tener un título?
Hace unos años, tener un título universitario era motivo de orgullo. Era una forma de demostrar que habías luchado, que habías hecho algo distinto. Recuerdo aquellas conversaciones con familiares que contaban con emoción cómo lograron graduarse a pesar de las dificultades. Yo escuchaba con atención y pensaba: “Algún día, yo también lo haré”.
Ese tipo de conversaciones despertaban en mí el deseo de estudiar, de superarme. Me imaginaba siendo doctor, ingeniero, alguien que no solo tuviera conocimientos, sino también respeto en su comunidad. Y, por supuesto, también veía a mi pediatra: elegante, bien vestido, seguro de sí mismo. Era una imagen que motivaba.
El método de nuestros padres: disciplina y esperanza.
Mis padres reforzaban constantemente la importancia de estudiar. Me decían cosas como:
“El que no estudia no es nadie en esta vida.”
“Va a llegar el día en que hasta los que recogen la basura tendrán un título… y tú no.”
Hoy entiendo que esas frases, aunque duras, eran sus herramientas para que yo no perdiera el enfoque. Ellos, aunque no siempre comprendían del todo lo que yo estudiaba, aprendieron a leer mis calificaciones, a presumirlas ante sus amigos. Eso les llenaba de orgullo.
Ellos fueron el motor que me impulsó en mis años universitarios. Me apoyaron económicamente, aunque también me enseñaron el valor de trabajar para aportar a mis propios estudios. Decían:
“Te podemos ayudar, pero también debes hacer tu parte.”
Y, por supuesto, si alguna vez insinuaba que quería dejar la universidad para trabajar, la respuesta era clara:
“Aquí no quiero vagos. Si no estudias, entonces tendrás que empezar a pagar los servicios de la casa.”
Esas palabras me hacían pensar. ¿Dejarlo todo o avanzar? ¿Ser uno más o convertirme en alguien que marque la diferencia? Esa presión, aunque intensa, me forjó.
El verdadero inicio: después de la graduación
Cuando finalmente me gradué y les entregué ese título a mis padres, vi el orgullo reflejado en sus rostros. Fue entonces cuando comprendí que ese momento no era el final, sino el comienzo de todo.
El camino profesional no ha sido fácil, pero las lecciones que me dejaron son invaluables:
- Nada se consigue de la noche a la mañana.
- Hay que trabajar para lograr lo que uno quiere.
- La vida trae responsabilidades inevitables.
- El éxito ajeno puede inspirarte si sabes mirarlo sin envidia.
- Ser alguien respetado y con luz propia es una elección diaria.
Mirar atrás con gratitud
Hoy, al mirar atrás, no siento reproches. Al contrario, me inunda una gratitud profunda.
Gracias, papá y mamá, porque gracias a ustedes soy quien soy. Ustedes me enseñaron el valor del esfuerzo, de la constancia, y de la educación como herramienta de transformación.

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